Es lo primero que me viene a la cabeza nada más comenzar la representación, tras revelarse los primeros movimientos y dejar entrever que estás ante una experiencia artística sagrada. Sublime. No necesariamente complaciente (ni el arte ni el artista están hechos para eso), pero siempre transformadora. Incómoda, según sean los ojos de quién lo mire. Turbadora, inquietante.
Se despliega ante nuestros sentidos toda esa belleza que agrede, netamente disgregadora, que desafía, desintegra y deshace ante nuestra mirada. Hay espectadores que rebullen en su butaca, se agitan intranquilos. Primero como un suave rumor de telas, después con un murmullo de exclamaciones y comentarios que, a duras penas pueden reprimirse; e incluso esto sucede al ritmo del espectáculo, que se acompaña de música en vivo y sonidos tan orgánicos que nos parece oír lo que ocurre en la cabeza del personaje, el dolor de su pensamiento o el latido de su corazón y su memoria.
En la danza, las palabras se escriben con el cuerpo, se trazan en el espacio con sus propios signos de puntuación, y en este arte, Chevi Muraday es un maestro. Un pionero, un explorador que conjuga distintas disciplinas artísticas en una línea integradora.
Fotografía: Jesús Ugalde |
Embebida de la belleza que rompe y disgrega, que despoja el pensamiento de harapos y trastos viejos, al tiempo que "El cínico" se va desprendiendo gradualmente de memorias y posesiones, reflexiona ante ellas, dialoga con el cuerpo en una sucesión de momentos tan hermosos como dolorosos, metabolizo todo cuanto me cuenta. Me identifico, me reconozco, me sumo al latido y soy una con el acto teatral.
"El cínico" está vivo, desde la propia escenografía (una casa que respira, unos objetos que se mueven como sujetos a una voluntad propia e ignorada) hasta la música ambiente y las canciones, que son el rastro tenaz del personaje, si este hablara con palabras. "El cínico" lo danza todo, mientras se desprende de sus miedos, sus apegos, sus ideas, los recuerdos a los que se aferra y que amenazan literalmente con engullirle o hacer que se le venga la casa abajo. Y quien dice la casa, dice la falsa seguridad, los valores que ya perdieron su significado y tan solo ocultan dolores callados y miseria.
Sólo al final, cuando el personaje ha alcanzado la plena desnudez, formulará sus primeras palabras, tan rompedoras como las de quien ha vuelto a nacer en vida. Palabras desnudas. Artista desnudo.
Se me pone la piel de gallina en ese momento. Otras personas entre el público no pueden reprimir los nervios, la angustia, la tensión contenida, y sollozan en silencio. El aplauso es unánime, y la ovación puesta en pie.
En eso consiste lo sagrado del acto teatral: en ser todos uno, en respirar todos juntos a la vez.
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"El cínico", una producción de Losdedae, se podrá ver en el Teatro Español hasta el 10/01/2016 en la Sala Margarita Xirgu.
Fotografía: Jesús Ugalde/ Losdedae / Teatro Español.